Todas las mañanas recorro en bici la temible calzada que abarrotada de coches me lleva al trabajo.
Acostumbro a cambiar de recorrido, elegir diferentes vías para hacer más amena la Bici-conducción. Como cualquier acto rutinario encuentro rostros que se repiten matutínamente y las miradas convergen sin palabra alguna. Es el lenguaje corporal lo que predomina en las mañanas, en el autobús, caminando, cuando te detienes en un semáforo, en bici, en coche...
Así que puedo asegurar que todas y cada una de las mañanas son diferentes, que todas y cada una de las caras tienen distinto matiz.
Así que puedo asegurar que todas y cada una de las mañanas son diferentes, que todas y cada una de las caras tienen distinto matiz.
Aun pudiendo intuir cuando aparecerá la señora del bolso gris que sustenta un sombrero plumífero horrible, seguro que sus ojos no serán del mismo color intenso que fueron ayer.
Parece ser que la rutina no solo depende de los actos espaciales y temporales repetitivos sino también del poder de absorción, observación, abstracción del cristal por el que miramos, depende de las pequeñas cosas que cambian a una velocidad asombrosa y a veces permanecen invisibles a nuestros ojos.
Parece ser que la rutina no solo depende de los actos espaciales y temporales repetitivos sino también del poder de absorción, observación, abstracción del cristal por el que miramos, depende de las pequeñas cosas que cambian a una velocidad asombrosa y a veces permanecen invisibles a nuestros ojos.
Ibañez
2 comentarios:
Por la mañana parecemos hormigas. Solo una mirada nos diferencia a unos de otros y sin embargo, esa mirada nos sigue haciendo extraños.
Gracias por recrear las diferencias de cada amanecer. Menos mal que las rutinas no son siempre identicas.
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