24 abr 2009

de compras

Hoy, un ambiente distendido en el súper, observo a los autóctonos del lugar, no hay riesgo alguno, incluso esbozo una sonrisa en la fila. Bonito día.
Estoy el último, pero por poco tiempo.
En un segundo, el bélico carruaje-cesta de una mujer longeva produce una presión desmesurada en una de mis piernas. Ya no soy el último.
No la vi llegar, salio de la nada, apareció como una humedad en la pared con forma de cristo, tan increíblemente extraña que pones en duda su veracidad.

Allí estaba, intentando apresurar su llegada a casa, a la charla de la escalera, o a la serie matutina, ¡qué se yo!, el caso es que me había tocado.
Bueno será cuestión de unos minutos, no será para tanto, pensé.
Segundos después mi pierna se tornó a un color azulado propio de un estrangulamiento de gemelo. La señora me estigmatizó con su carro. Mi pie comenzaba a anestesiarse, así que opté por dar un paso al frente, pretendí darme un respiro y recuperar la sensibilidad de la pernera.
Que gran error!!!, que grandísimo error por mi parte, ya que al adelantar mi posición mi espacio disminuyó radicalmente. La longeva autóctona vio que avanzaba la fila y con ojos encolerizados avanzó y consumió mi alivio y mi vida.
Atrapado, atemorizado, coaccionado, inmóvil quedé y bajo un mínimo espacio para respirar.Tuve entonces que buscar una salida de inmediato, una solución, no aguantaría mucho en ese estado.
Entonces cuando creí todo perdido la fila avanzó, surgió la esperanza y la salvación, mi heroína la cajera con su extrema rapidez me proporcionó unos minutos más de vida. La situación mejoraba ya que el próximo en poner la compra en la cinta era yo.
La presión cesó de tal forma que por mi pierna comenzó a circular sangre oxigenada de nuevo. Empecé a depositar sobre la cinta corredora los cuatro artículos de supervivencia semanal. El aliento amenazante de la señora longeva seguía latiendo en mi nuca, y en cuanto terminé de dejar el último artículo en la cinta la señora se abalanzó sobre el separador de compras.
Este utensilio con forma de porra me provoco una arritmia al corazón por el posible uso bélico en manos de la longeva guerrera. Con una velocidad pasmosa dio un golpe seco a la cinta y comenzó a colocar su compra apilada perfectamente y sin apenas dejar hueco con la mía.
No supe ni donde tenía la tarjeta para pagar, comencé o mejor dicho continué poniéndome nervioso, el sudor abarcaba mi rostro desencajado, casi me rasgué las vestiduras pero no conseguí hallar ninguna tarjeta o parecido.
El peso de la mirada de la longeva acosadora me consumía, mi persona estaba al borde de la desintegración pero un ángel salvador paso junto a mí y me dijo, eh! hijo, oye ¿esta tarjeta es tuya?, estaba en el suelo, y respondí, ¡¡hostia mi tarjeta, si, si ,si!!. Un infarto estuvo a punto de darme.
Era un ángel con forma de abuelo, con bastón de madera de roble, gafas de pasta negra y barba de un palmo por lo menos, pero un ángel al fin y al cabo.
Se lo agradecí cerca de un millón de veces y creo que me quedé corto. Seguidamente pagué y me fui. No volví a verla.

El supermercado puede ser un lugar temible.
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de óscar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que petarda esa mujer eh!. Graciosa curiosa de narrar un hecho tan cotidiano y rutinario como ir a la compra. Me ha encantado. ¡ Menos mal que los angeles están todavía por ahí de muchas maneras y en muchos lugares. Esperemos que no te encuentres nunca más a esta mujer en el super. Un Abrazo. Beatriz.

Anónimo dijo...

Las armas cotidianas son las peores. Yo odio que me toquen pero lo tuyo es de psicólogo.